Por Rosalba Correa Pacheco
(Psicoanalista)
Las minas antiguas de carbón no contaban con sistemas de ventilación y por esta razón los mineros llevaban consigo canarios enjaulados.
Los canarios son sensibles al metano y monóxido de carbono,por eso mientras el canario cantara los mineros sabían que podían respirar aire puro; pero si el canario moría era la señal de alarma y evacuación inmediata.
Recientemente escuchamos o leímos la noticia del caso del niño de Torreón, que realiza un pasaje al acto, desatando una balacera dentro de su escuela, hiriendo, asesinando y finalmente llegando al suicidio.
Así como este caso podemos encontrar decenas, donde niños y jóvenes dan rienda suelta a la pulsión de muerte porque no encuentran algo que sirva de freno a todo ese goce mortal desatado en sus cuerpos que los empuja a su propia destrucción, presentándose de varias maneras, (drogas, depresión, violencia, suicidios, etc) al vivir en un debilitamiento generalizado de toda autoridad simbólica. Y no encontrando una palabra que logre hacer un puente que le permita un punto de conexión con un maestro, un padre o un abuelo, algo que obstaculice esta carrera hacia la muerte, del cual el dispositivo familiar ha fallado en su labor de regulación pulsional.
Por eso cada vez más se multiplican estos actos , actos donde no existe mediación alguna, donde abunda una ausencia de sentido y un exceso de satisfacción
“Y la escuela ese espacio de encuentros, experiencias, formación y transmisión se vuelve el escenario de estos actos, por eso me fue inevitable ver una similitud entre la escuela y la mina, una escuela donde el aire se ha enrarecido y los canarios han dejado de cantar para caer desplomados, y nosotros como distraídos mineros sin percatarnos del silencio de los canarios.”
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